domingo, 20 de enero de 2019

"LA COLMENA" de CELA.



-       La colmen, publicada en 1951 en Buenos Aires por la censura, pues no pudo ser publicada en España hasta 1955 por la censura. 
     Aunque se sitúa dentro del realismo social, también muestra un deseo de experimentar con nuevos moldes narrativos que alejan la obra del realismo.

-        Presenta una estructura externa de seis capítulos divididos en secuencias.
      Se salta de una secuencia a otra y de un personaje a otro. A veces se cuentan cosas que suceden simultáneamente. Es lo que se ha llamado técnica caleidosópicaLa suma de las mismas conforma un conjunto de vidas cruzadas, como las celdas de una colmena.

-       Tiene un protagonista colectivo (más de 300 personajes). De entre estos escasean tanto los de las clases más acomodadas como los de la clase obrera y sectores marginados, predominando la clase media baja, la pequeña burguesía venida a menos, cuyas ilusiones y proyectos de futuro son engañosos y cuyas miradas «jamás descubren horizontes nuevos», en una vida relatada como una «mañana eternamente repetida».Se trasmite la idea de que no hay esperanza, de que todo se repite cíclicamente.
     
 -    El marco espacio-temporal es muy preciso: Madrid en unos días del año 1943, en plena posguerra.  Aunque parece que no hay unidad, en realidad todo sucede en dos días y en espacios repetidos (cafés, casas de vecinos, calles, burdeles…).
     
-       En la mayoría de los casos utiliza la técnica objetivista, es decir, se limita a mostrar, a describir desde fuera, sin penetrar en el interior de los personajes. Otras veces, sin embargo, adopta una actitud omnisciente y comenta irónicamente las actitudes de los personajes.

-       El lenguaje tiene aspecto de espontaneidad, pero en realidad está muy trabajado.

TEXTO I

En la acera de enfrente, un niño se desgañitaba a la  puerta de una taberna: 

Esgraciaíto aquel que come 
el pan por manita ajena; 
siempre mirando a la cara,
si la ponen mala o buena. 


De la taberna le tiran un par de perras y tres o cuatro aceitunas que el niño recoge del suelo, muy  deprisa. El niño es vivaracho como un insecto, morenillo, canijo. Va descalzo y con el pecho al aire, y representa tener unos seis años. 
[2]
Al niño que cantaba flamenco le arreó una coz  una golfa borracha. El único comentario fue un comentario puritano: 
¡Caray, con las horas de estar bebida! ¿Qué dejará para luego? El niño no se cayó al suelo, se fue de narices contra la pared. Desde lejos dijo tres o cuatro verdades a la mujer, se palpó la cara y siguió andando [...] 
El niño no tiene cara de persona, tiene cara de animal doméstico, de sucia bestia, de pervertida bestia de corral. Son muy pocos sus años para que el dolor haya marcado aún el navajazo del cinismo -o de la resignación- en su cara, y su cara tiene una bella e ingenua expresión estúpida, una expresión de no entender nada de lo que pasa. Todo lo que pasa es un milagro para el gitanito, que nació de milagro, que come de milagro, que vive de milagro y que tiene fuerzas para cantar de puro milagro. 
 Detrás de los días vienen las noches, detrás de las noches vienen los días. El año tiene cuatro estaciones: primavera, verano, otoño, invierno. Hay verdades que se sienten dentro del cuerpo, como el hambre o las ganas de orinar. 
[3]  El gitanillo, a la luz de un farol, cuenta un montón de calderilla. El día no se le dio mal, ha reunido cantando desde la una de la tarde hasta las once di la noche, un duro y sesenta céntimos. Por el duro de calderilla le dan cinco cincuenta en cualquier bar; los bares andan siempre mal de cambios. 
El gitanillo cena, siempre que puede, en una taberna que hay por detrás de la calle de Preciados, bajando por la costanilla de los Ángeles; un plato de alubias, pan y un plátano le cuestan tres veinte. El gitanillo se sienta, llama al mozo, le da las tres veinte y espera a que le sirvan. 
Después de cenar sigue cantando, hasta las dos, por la calle de Echegaray, y después procura coger el tope del último tranvía. El gitanillo, creo que ya lo dijimos, debe andar por los seis años. 
[4] El niño que canta flamenco duerme debajo de un puente, en el camino del cementerio. El niño que canta flamenco vive con algo parecido a una familia gitana, con algo en lo que, cada uno de los miembros que la forman, se las agencia como mejor puede, con una libertad y una autonomía absolutas. 
El niño que canta flamenco se moja cuando llueve, se hiela si hace frío, se achicharra en el mes de agosto, mal guarecido a la escasa sombra del puente: es la vieja ley del Dios del Sinaí. 
El niño que canta flamenco tiene un pie algo torcido: rodó por un desmonte, le dolió mucho, anduvo cojeando algún tiempo... 

TEXTO II

–No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante. 
Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. Para doña Rosa el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de noventa cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y les cuenta el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucía. 
–El padre de Navarrete, que era amigo del general don Miguel Primo de Rivera, lo fue a ver, se plantó de rodillas y le dijo: mi general, indulte usted a mi hijo, por amor de Dios; y don Miguel, aunque tenía un corazón de oro, le respondió: me es imposible, amigo Navarrete, su hijo tiene que expiar sus culpas en el garrote. 

¡Qué tíos! –piensa–, ¡hay que tener riñones! Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y se saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y para abajo, sonriendo a los clientes, a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura.

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