TEXTO 1
Su
maravilla era la voz, una voz divina, que hacía llorar.
Cuando al oficiar en
misa mayor o solemne entonaba el prefacio, estremecíase la iglesia y todos los
que le oían sentíanse conmovidos en sus entrañas. Su canto, saliendo del
templo, iba a quedarse dormido sobre el lago y al pie de la montaña. Y cuando
en el sermón de Viernes Santo clamaba aquello de: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por
qué me has abandonado?», pasaba por el pueblo todo un temblor hondo como por
sobre las aguas del lago en días de cierzo
de hostigo. Y era como si oyesen a Nuestro Señor Jesucristo mismo, como si
la voz brotara de aquel viejo crucifijo a cuyos pies tantas generaciones de
madres habían depositado sus congojas.
Como
que una vez, al oírlo su madre, la de don Manuel, no pudo contenerse, y desde
el suelo del templo, en que se sentaba, gritó: “¡Hijo mío!”. Y fue un chaparrón
de lágrimas entre todos. Creeríase que el grito maternal había brotado de la
boca entreabierta de aquella Dolorosa -el corazón traspasado por siete espadas-
que había en una de las capillas del templo.
(…)
Su
acción sobre las gentes era tal que nadie se atrevía a mentir ante él, y todos,
sin tener que ir al confesonario, se le confesaban. A tal punto que como
hubiese una vez ocurrido un repugnante crimen en una aldea próxima, el juez, un
insensato que conocía mal a Don Manuel, le llamó y le dijo:
-A
ver si usted, Don Manuel, consigue que este bandido declare la verdad.
-¿Para
que luego pueda castigársele? -replicó el santo varón-. No, señor juez, no; yo
no saco a nadie una verdad que le lleve acaso a la muerte. Allá entre él y
Dios... La justicia humana no me concierne. “No juzguéis para no ser juzgados”,
dijo Nuestro Señor.
-Pero
es que yo, señor cura...
-Comprendido;
dé usted, señor juez, al César lo que es del César, que yo daré a Dios lo que
es de Dios.
cierzo de hostigo:
un tipo de viento
1.- Explica por qué D. Manuel pronuncia con tanto
sentimiento las palabras: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?»
2.- ¿Hasta qué extremo llegaba su admiración en el pueblo?
3.-
¿D. Manuel representa la misericordia de la Iglesia o el cumplimiento riguroso
de su doctrina? Justifica tu respuesta.
TEXTO 2
Su
vida era activa, y no contemplativa, huyendo cuanto podía de no tener nada que
hacer. Cuando oía eso de que la ociosidad es la madre de todos los vicios,
contestaba: «Y del peor de todos, que es el pensar ocioso». Y como yo le
preguntara una vez qué es lo que con eso quería decir, me contestó: «Pensar
ocioso es pensar para no hacer nada o pensar demasiado en lo que se ha hecho y
no en lo que hay que hacer. A lo hecho pecho, y a otra cosa, que no hay peor
que remordimiento sin enmienda». ¡Hacer!, ¡hacer!
Bien
comprendí yo ya desde entonces que don Manuel huía de pensar ocioso y a solas,
que algún pensamiento le perseguía.
Así
es que estaba siempre ocupado, y no pocas veces en inventar ocupaciones.
Escribía muy poco para sí, de tal modo que apenas nos ha dejado escritos o
notas; mas, en cambio, hacía de memorialista para los demás, y a las madres,
sobre todo, les redactaba las cartas para sus hijos ausentes.
Trabajaba
también manualmente, ayudando con sus brazos a ciertas labores del pueblo. En
la temporada de trilla íbase a la era a trillar y aventar, y en tanto
aleccionaba o distraía a los labradores, a quienes ayudaba en estas faenas.
Sustituía a las veces a algún enfermo en su tarea. Un día del más crudo
invierno se encontró con un niño, muertito de frío, a quien su padre le enviaba
a recoger una res a larga distancia, en el monte.
-Mira
-le dijo al niño-, vuélvete a casa a calentarte, y dile a tu padre que yo voy a
hacer el encargo.
1.- ¿Por qué su vida era activa? ¿Por qué huirá de la
ociosidad?
2.- ¿Qué aspectos se destacan en este texto del carácter de
D. Manuel?
TEXTO3
En
el pueblo todos acudían a misa,
aunque sólo fuese por oírle y por verle en el altar, donde parecía
transfigurarse, encendiéndosele el rostro.
Había un santo ejercicio que introdujo en el culto popular, y es que, reuniendo
en el templo a todo el pueblo, hombres y mujeres, viejos y niños, unas mil
personas, recitábamos al unísono, en una sola voz, el Credo: «Creo en Dios
Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra...» y lo que sigue. Y no
era un coro, sino una sola voz, una voz simple y unida, fundidas todas en una y
haciendo como una montaña, cuya cumbre,
perdida a las veces en nubes, era Don Manuel. Y al llegar a lo de «creo en la
resurrección de la carne y la vida perdurable» la voz de Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del
pueblo todo, y era que él se callaba. (…) Después, al llegar a conocer el
secreto de nuestro santo, he comprendido que era como si una caravana en marcha
por el desierto, desfallecido el caudillo
al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de
promisión.*
*
“de promisión”: tierra prometida.
1.- ¿Por qué se callaba cuando rezaba el Credo?
2.- Explica el símil: “era como si una caravana en marcha
por el desierto, desfallecido el caudillo
al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de
promisión”.
TEXTO 4
-Entonces
-prosiguió mi hermano- comprendí sus móviles, y con esto comprendí su santidad;
porque es un santo, hermana, todo un santo. No trataba al emprender ganarme
para su santa causa -porque es una causa santa, santísima-, arrogarse un
triunfo, sino que lo hacía por la paz, por la felicidad, por la ilusión si
quieres, de los que le están encomendados; comprendí que si les engaña así -si
es que esto es engaño- no es por medrar. Me rendí a sus razones, y he aquí mi
conversión. Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: «Pero, Don Manuel,
la verdad, la verdad ante todo», él, temblando, me susurró al oído -y eso que
estábamos solos en medio del campo-: «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso
algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir
con ella». «¿Y por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?», le
dije. Y él: «Porque si no, me atormentaría tanto, tanto, que acabaría
gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer
vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que
se sueñen inmortales y no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan
sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad,
no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerles vivir. ¿Religión
verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir
espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de
haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera
es la suya, la que le ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a
los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío». Jamás olvidaré estas
sus palabras.
Explica
las siguientes frases:
a- “¿La
verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo
mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella”.
b- “Yo
estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices,
para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles.”
c- “Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen
vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan
de haber tenido que nacer para morir”
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