martes, 9 de abril de 2019

EL TEATRO DE JUAN MAYORGA

JUAN MAYORGA
BIOGRAFÍA
Juan Mayorga nació en Madrid el 6 de abril de 1965. En junio de 1988 se licenció en Filosofía en la UNED y en Matemáticas en la UAM. Después amplió sus estudios en Münster (1990), Berlín (1991) y París (1992). Se doctoró en Filosofía el 19 de noviembre de 1997 con su tesis doctoral La filosofía de la historia de Walter Benjamin, dirigida por el profesor Reyes Mate. En dicha investigación se ocupa de las obras de Walter Benjamin, Ernst Jünger, Georges Sorel, Donoso Cortés, Carl Schmitt y Franz Kafka principalmente. Obtuvo una calificación de apto cum laude por unanimidad con premio extraordinario.

Su inmersión en el mundo del teatro no fue directa, ya que antes pasó por las aulas de secundaria como profesor de matemáticas en Madrid y Alcalá de Henares, pero durante estos años también empezó a formarse como escritor, estudiando dramaturgia con diversos maestros. Entre ellos cabe destacar a Marco Antonio de la Parra y a José Sanchis Sinisterra, así como una estancia en la Royal Court Theatre International Summer School de Londres en su edición de 1998, en la que fue alumno de Sarah Kane y de Meredith Oakes.
Ha sido miembro del consejo de redacción de la revista “Primer Acto” y fundador del colectivo teatral “El Astillero”. Entre 1998 y 2004 fue profesor de Dramaturgia y Filosofía en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. También ha impartido talleres de dramaturgia y ha dado conferencias sobre teatro y filosofía no sólo en diversas ciudades españolas, sino también en distintos países. Ha dirigido el seminario “Memoria y pensamiento en el teatro contemporáneo” en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y es miembro de los grupos de investigación “El Judaísmo. Una tradición olvidada de Europa” y “La Filosofía después del Holocausto”, dirigidos por el profesor Reyes Mate también en el Instituto de Filosofía del CSIC.
En lo relativo a su producción dramática, hay que destacar que ha obtenido diversos premios: el Marqués de Bradomín, el premio Born, Enrique Llovet y Caja España en su primera época. Después ha sido galardonado con el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional en la temporada 1999-2000, el Premio Nacional de Teatro en 2007, el Premio El Duende al creador más original por su trayectoria desde 1988 hasta 2008, el Premio Max al mejor autor en 2006, 2008 y 2009, el Max a la mejor adaptación en 2008 y el Premio Valle-Inclán en 2009. Asimismo ha sido Autor Homenajeado en la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos de 2009. En la actualidad, Mayorga cuenta con una extensa obra traducida a más de quince idiomas. En ella encontramos tanto piezas dramáticas y adaptaciones de obras clásicas, como artículos y reflexiones sobre filosofía y teatro. Además, gracias a su trabajo en colaboración con diversos actores y directores de escena, cuenta con una dilatada experiencia en lo relativo a la puesta en escena de sus obras, que se han representado en más de treinta países de todo el mundo.
Tras la muerte del dictador, el teatro histórico, a pesar del recelo con que lo mira el público, se vuelve urgente y necesario. Esto lo saben los grandes autores de la “Generación del ‘82”: Alonso de Santos, Sanchís Sinisterra, Amestoy, Cabal, López Mozo, Medina Vicario, Miras...Todos ellos hicieron una importante labor de recuperación de la memoria histórica y ofrecieron a las generaciones siguientes las claves para que continuaran con su desarrollo. Esta labor ha encontrado en la “Generación de los ‘90” nuevas fuerzas gracias a Alfonso Plou, Sergi Belbel, Yolanda Pallín, Javier Yagüe, Ramón Fernández, Ignacio del Moral o el propio Juan Mayorga.
CARACTERÍSTICAS DE SU TEATRO
A partir de los años cincuenta se va configurando en la producción literaria del teatro español una conciencia que funde la ética y la estética, demostrando que contenido y forma no sólo no son cosas opuestas, sino que, en el buen arte, deben ir de la mano. Esta conciencia se funda sobre oposición al franquismo y el afán de construir en España una sociedad autónoma, crítica. Surgen así grandes autores que plasman en sus obras dramáticas no sólo sus propuestas de innovación formal, sino también las preocupaciones de la sociedad de su momento. Es en esta tradición donde se enmarca la obra de Juan Mayorga, cuya preocupación principal es la relectura del pasado desde las grietas que hay abiertas en el presente. Esta preocupación se plasma en su producción dramática, pero también en el sustrato filosófico que ella tiene. Mayorga apuesta por un teatro que cree vínculos antropológicos, que haga a los espectadores reflexionar sobre el presente a partir de una mirada al pasado. Y, para desarrollarlo, se apoya en la teoría y práctica teatral de dos autores principalmente: Bertolt Brecht y José Sanchís Sinisterra. La herencia de estos dos grandes dramaturgos se aprecia especialmente en los procedimientos de implicación del público en la construcción final de la obra: sin la colaboración activa de los espectadores, la obra queda inacabada. Esto ha de entenderse no sólo como un recurso dramático, sino también como una propuesta ética y política: la intención de crear espectadores críticos, que reflexionen y se sientan partícipes de lo que pasa en escena, que no es más que un reflejo de lo que pasa en la realidad. De este modo, la labor del dramaturgo adquiere tintes mayéuticos, y queda vinculada a la búsqueda de la verdad. Mayorga parte de la creencia de que la verdad está enmascarada y hay que hacerla presente, y el escenario es un lugar privilegiado para hacerlo, a través de la puesta en escena de ficciones que nos obliguen a situarnos ante los auténticos problemas de nuestra sociedad. Este es el compromiso que tiene el dramaturgo ante el público, esto es, ante los ciudadanos. Pero hay muchas formas de huir de este compromiso: desde el teatro más comercial y carente de contenido hasta las obras que, en lugar de plantear preguntas, presentan las mismas respuestas de siempre. Estos tipos de teatro no sólo resultan redundantes, sino que, además, resultan peligrosos para la formación de la conciencia del espectador, porque lo acomodan en sus prejuicios y hacen que relaje su postura crítica.
El teatro es una herramienta, y como tal, siempre está puesto al servicio de unos fines. Por tanto, es responsabilidad de los profesionales del teatro elegir a qué fin entregar su actividad. El fin que persigue Mayorga es la formación de los espectadores en una conciencia crítica, por eso su teatro es político.
TRAYECTORIA TEATRAL
Si nos aproximamos a la obra de Juan Mayorga como lectores, espectadores o estudiosos nos atrapa y a un tiempo nos sorprende. Nos atrapa por su elevada calidad dramático-literaria, por su hondo compromiso con la actualidad, por su sentido ético y por su profundo análisis o revisión del pasado.
Si continuamos profundizando en su figura, en su extensa formación incansable, comenzamos a comprender ya algunas cosas. Y es que Mayorga ha dado una vuelta de tuerca a todo su saber teórico y filosófico, en buena medida se ha desprendido de él para prestárselo a sus personajes dramáticos. Así, en las palabras de estos personajes “mayorguianos” descubrimos el pálpito de un saber filosófico, de una profunda reflexión sobre el ser humano.
La obra de Juan Mayorga comprendida en el periodo marcado de estudio sorprende por su variedad y vitalidad al tratar de modo novedoso temas y conflictos del pasado y al mantener el interés por temas nuevos que él enfoca de modo sorprendente.
Su Teatro histórico nos lleva de la mano a temas en los cuales son visibles los conflictos originados por el poder, la lucha por la supervivencia y la visión de un ser humano víctima y verdugo de la historia, al tiempo que motor de la misma. Lo vemos en Himmelweg, pero lo vemos además en Siete hombres buenos, en El jardín quemado o en Cartas de amor a Stalin... Todos ellos contenidos en el apartado de teatro histórico-político. El teatro de este autor viene a reflejar, sin duda alguna, el pasado como agente que ilumina nuestro presente. Mayorga considera que somos responsables frente a la historia principalmente en lo que tiene que ver con el respeto a las víctimas de la misma. Responsables de los efectos que sobre esa humanidad ejercen los totalitarismos, la barbarie nazi, el estalinismo... Estamos ante el teatro de la memoria del que habla Puchades, citado anteriormente en este estudio, un teatro que revisa el pasado para encarar el futuro. El autor nos demuestra que el pasado nos desvela nuestro presente más que el presente mismo. Podríamos señalar el carácter revelador de esos cuatro textos clave en los que el autor expresa su desconfianza hacia el ser humano que ejerce su poder sobre los débiles a quienes aplasta sin piedad. El poder que se ejerce sobre las víctimas, las víctimas de la historia, cree Mayorga, nos concierne.
Pero en estos textos detiene su mirada sobre un caso concreto de poder. El que ejerce el estado totalitario sobre el artista. Este es el tema fundamental de Cartas de amor a Stalin. El autor nos habla de cómo en los gobiernos totalitarios el poder cercena los derechos de quienes se oponen a él o de quienes simplemente tratan de crear su propia obra. Silencian al artista, lo aniquilan en su faceta como autor, en su faceta como ser humano, con todos los medios que estos estados tienen a su alcance. Es Stalin quien anula al autor ruso Bulgákov. Es el estalinismo lo que frena, impide, dificulta la tarea de este autor, personaje real, que Mayorga rescata para escribir Cartas de amor a Stalin. La obra refleja la vida del escritor Mijail Bulgákov quien en los años veinte es un autor reconocido en la URRS. Cuando la censura actúa sobre sus obras y se requisan sus manuscritos sus más allegados le piden que se retracte escribiendo una obra comunista. En vez de ello, decide escribir a Stalin. El 18 de abril de 1930 éste lo llama por teléfono. El resultado es la creación por parte de Bulgákov de una pieza que tiene al diablo como personaje protagonista, El maestro y Margarita. El autor ruso continúa escribiendo a Stalin cartas cada vez más desesperadas que figuran en Cartas a Stalin de M. Bulgákov y E. Zamiatin (1991:65-69). Esta situación terrible, a la que indudablemente Juan Mayorga tiene acceso, marca la vida del escritor ruso Bulgákov. El dramaturgo español toma de la realidad los cuatro personajes de la obra: Stalin, Bulgákova, Zamiatin y el propio Bulgákov. Estamos ante un teatro político que muestra la contradicción, el conflicto.
Mayorga nos enfrenta al hecho de que no estamos a salvo, de que la guerra perdura en la paz. La tierra quemada de El jardín... es una metáfora sobre la guerra. El silencio cómplice de la paz trata de tapar el horror de la guerra. Así la misión de Benet, personaje protagonista de El jardín quemado, es descubrir la verdad. Tiene mucho que ver este texto de Mayorga con la memoria, con recuperar el pasado para enfrentar el presente con dignidad. La acción se desarrolla en un hospital psiquiátrico. De fondo la necesidad de Benet de descubrir la verdad, lo que nunca fue juzgado. Destruir ese jardín quemado, acabar con el muro que todavía, y ya en democracia, lo mantiene al margen de la realidad. Dar a esos “internos”, “enfermos”, “presos”... de nuevo la libertad perdida. Pero el dramaturgo nos enfrenta con esta obra a la dificultad de asimilar la verdad. Nos deja perplejos al descubrir que fueron los enfermos los que murieron ajusticiados por las tropas franquistas, en vez de los republicanos que Garay decidió proteger.
Los textos más breves condensan todo el imaginario del autor. Algunos son brevísimos, pero no por ello eluden las preguntas que Mayorga lanza al espectador, a la sociedad en su conjunto. Opresores y oprimidos, el racismo y la discriminación, en estos textos laten los temas que preocupan a Mayorga. Para el dramaturgo, el valor de estas obras breves reside no en la extensión sino en la intensidad y en la capacidad para transmitir experiencia.
Estos textos breves tienen profundas similitudes con los textos extensos, por ejemplo en cuanto a su temática, y muchos son el sustrato de estos últimos, como sucede con Animales nocturnos.
En La piel vemos la huella de El portero de Harold Pinter. Un personaje llega a un lugar y rompe el equilibrio siendo la causa de un caos que debe recomponerse.  En otra pieza breve, Amarillo, vemos la influencia de Federico García Lorca. En ella Mayorga muestra la relación de un niño y un ciego alrededor de una mujer.
“He soñado que un tigre te comía los ojos”
Aparece el juego poético del ciego con el niño que se expresa a través de la sensorialidad. Mayorga parece transportarnos al mundo de Lorca, a la palabra como forma de acción poética. La crítica a la opresión y a la tiranía estalla en una obra del principio de su producción como Concierto fatal de la viuda Kolakowski. La guerra civil española es tema recurrente en su producción más breve, como aparece en la pieza El hombre de oro o las obras extensas El jardín quemado o Siete hombres buenos.

Otras doce obras conforman el apartado de Teatro social: textos extensos. Si tratamos de analizar y estudiar su temática vemos que dominan la corrupción - un tema muy teatral que ya aborda, por ejemplo, Valle-Inclán en su Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte-, el racismo y la marginación. Mayorga enfoca de dos maneras varias de estas obras, mediante la humanización y mediante la denuncia del racismo y las conductas xenófobas, tal y como hace en su pieza extensa Palabra de perro.
Basándose en un texto filosófico de Montaigne Juan Mayorga plantea las preguntas clave sobre el sentido de la vida y la muerte en su obra Últimas palabras de Copito de nieve. Ya Ricardo Doménech se refiere en su estudio sobre el teatro de Federico García Lorca, García Lorca y la tragedia española, a la pervivencia en la obra del poeta del enfoque trágico, frente al religioso y al materialista. Mayorga se hace las mismas preguntas que los grandes autores se hicieron alrededor de la vida y la muerte.
Las palabras de Mayorga resuenan en las voces de todos sus personajes al servicio de unas ideas que el enuncia y ellos transmiten. Esto está muy claro en el personaje de Gottfried, el judío del campo de concentración en Himmelweg,  o el personaje de Benet en El jardín quemado o en los miembros del gobierno en el exilio mejicano de Siete hombres buenos. Todos ellos pertenecientes al apartado de textos clave de este estudio.
Llama la atención también la práctica ausencia de personajes femeninos en estos cuatro textos clave, si exceptuamos a Bulgákova, la mujer del escritor ruso a la que Mayorga dota de cierta entidad y que sirve para trasladar al espectador el proceso de deterioro del protagonista. Con esta salvedad en los cuatro textos que agrupamos al principio de este estudio, los personajes femeninos son escasos. Ninguno en Siete hombres buenos, ninguno en El jardín quemado, Bulgakóva, citada antes en Cartas de amor a Stalin, el hombre y la mujer jóvenes que discuten en el banco y la niña que juega con su muñeco en el río de Himmelweg.
Como su maestro, José Sanchis Sinisterra, Mayorga no concibe un teatro que no tenga en cuenta al público. El público como eje fundamental de la estética de la recepción, como pilar básico del hecho dramático, el público que añade y completa.
En este sentido, las obras de Juan Mayorga, a pesar de trasladarnos un discurso concreto, casi siempre político, pero siempre relacionado estrechamente con lo que lo político tiene de humano, dejan libertad a la interpretación que de ellas haga el espectador-lector. Al final Mayorga nos revela el teatro como acto comunicativo donde los responsables de sentido son los espectadores.
La elección de los temas no es inocente. La realidad hay que desvelarla. Mayorga defiende que hay que educar en la pregunta, educar para la sospecha. De manera que desde su óptica de autor de izquierdas expone una realidad poliédrica que él mismo, deliberadamente, deja sin cerrar.
Nos sorprende y nos inquieta, nos atrapa una imagen de la realidad, incluso del pasado, que no es maniquea, que está contemplada en toda su globalidad, en toda su intensidad. El dramaturgo rescata asuntos, temas y personajes de la realidad histórica y social y ofrece un punto de vista nuevo, abierto al espectador.

Mayorga considera que el mal es la violencia, idea que guía y resume su posición ética frente a la creación: “Creo que si nosotros tenemos una idea moral, si el arte en general y el teatro en particular tiene una idea moral es mostrar la violencia allí donde se dé”.

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