miércoles, 10 de abril de 2019

LA TIRANÍA SIN TIRANOS: ANÁLISIS DE LA OBRA

DAVID TRUEBA    La  tiranía sin tiranos

Ensayo sociológico: La tiranía sin tiranos
La tiranía sin tiranos está formada por una serie de ensayos, unidos todos entre sí temáticamente, en los que David Trueba ahonda en las carencias de una sociedad como la nuestra. Con el foco puesto en nuestro país, pequeña muestra de un carácter universal, Trueba es capaz de hacer aflorar nuestros defectos y dejarlos impresos en un librito. La tiranía sin tiranos habla de la ciudad como colmena contaminada y contaminante, la sociedad como comunidad de yoes – tal y como decía uno de los grandes filósofos -, la poca necesidad ya de los intermediarios, el autoritarismo de la red social, la dictadura de las costumbres.

La tesis del ensayo es la siguiente: en el mundo actual parece que hemos logrado las más altas cotas de desarrollo tecnológico, libertad y comodidad y, pese a ello, no somos felices. El problema de fondo (siempre en referencia a nuestra sociedad occidental privilegiada) es que este supuesto progreso se ha estado basando en unos sacrificios enormes por parte de millones de personas, en la perpetuación de la injusticia y en la aparición de reglas no escritas encaminadas a aislarnos cada vez más a unos de otros, para hacernos más insensibles al sufrimiento ajeno. Tanto es así, que se ha alcanzado una verdadera tiranía del buen rollo (Trueba utiliza el término “ternura”), más perversa si cabe que las dictaduras clásicas porque al venir revestida de bondad resulta muy difícil de contestar.
El autor identifica las causas de los males de nuestro tiempo: la principal es el egoísmo exacerbado que nos hace perseguir una burbuja de comodidad. Acudiendo a la etimología de la palabra “idiota” (“Aquella persona que se ocupa solo de sus intereses privados y no de la cosa pública”), David Trueba comienza por decir que “dentro de la burbuja feliz flota el bobo perfecto”. Otra causa sería un mal entendido concepto de ternura, que nos lleva a mirar a los demás con empatía (sin hacer nada por ayudarles) para así sentirnos mejor nosotros. Una tercera, el prestigio de la democracia (más bien de las mayorías) que, unido al concepto de “público”, hace que todo se mida en la sociedad como si fuese una competición deportiva. Por ejemplo, ya somos incapaces de valorar una obra de arte si no es mediante un sistema de puntuación, sea el ranking de taquilla o ventas, sean las “estrellitas” de una reseña. El arte rendido al comercio, degradado a la categoría de entretenimiento popular. Arte, al fin, desactivado, puesto que es incapaz de salirse de la norma que codifican las expectativas de éxito (únicos patrones válidos para su producción), y por tanto incapaz de incomodar a nadie.
El egoísmo y el solipsismo (Doctrina filosófica que defiende que el sujeto pensante no puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia) encuentran su caldo de cultivo idóneo en las redes sociales y su representación en la mal llamada “economía colaborativa”. Las primeras permiten a la población cubrir sus necesidades (compras, ocio, socialización, incluso sexo) sin salir de casa, mientras se rigen por una cada vez más rígida moral de lo políticamente correcto; la segunda entroniza el individualismo capitalista haciéndonos creer que los jóvenes explotados son los emprendedores del futuro, los nuevos triunfadores (otra vez el símil deportivo). Tanto ensimismamiento y tan poco contacto real con los demás tiene como consecuencia lógica la devaluación de lo público, puesto que sanidad, educación o transporte privados proporcionan los mismos o mejores servicios que los públicos, de manera aparentemente más rápida y cómoda. ¿Quién apostaría entonces por la inversión en algo que es deficitario e inútil? Que cada cual se pague lo suyo, estando yo sano, ¿qué me importan los demás? El problema, claro está, es que no todo el mundo puede pagárselo. 
Corren tiempos convulsos, las verdaderas crisis están ocurriendo muy cerca, aunque casi nunca nos toquen o eso creamos. Crisis migratoria y de refugiados (más de 85 millones este año pasado). Cambio climático. Crisis demográficas… por no hablar de las de mentalidad y valores. La reflexión de La tiranía sin tiranos no es el lamento de un profeta quejumbroso ni queda abierta al abismo del desasosiego. El ensayo se cierra con una nota de optimismo, una invitación a la acción y al tipo de acciones que deben conducir a una sociedad verdaderamente justa, verdaderamente libre y verdaderamente feliz. Claro que no se aportan soluciones facilonas a problemas dificilísimos (no era aquí el objetivo de Trueba), pero eso no quiere decir que no debamos escribir ni pensar sobre ellos. Dice el autor que, aunque en apariencia se viva una época de mucha bondad y libertad, tal vez sea a costa de hacer sufrir a mucha gente. En otras palabras, que si en la actual tiranía no hay tiranos visibles, tal vez cada uno de nosotros individualmente seamos el tirano. Hace falta gente valiente que diga estas cosas.
De la lectura de este libro se entresaca la contradictoria necesidad del individualismo. Porque es natural reivindicarse como persona con las circunstancias propias de cada cual. Pero el individualismo es un arma de doble filo al servicio de diversos intereses que, a la postre, nos conducen a la alienación… Si nos ceñimos a lo conceptual, se podría decir que estamos ya inmersos en la sociedad soñada. Derechos de todo tipo para cualquier ciudadano, esperanza de vida, espacios para reconocer todas las singularidades, democracia… Así, a bote pronto, la idea viene lastrada por ese otro mundo en el que ninguna bondad anterior existe. Y tristemente sobreentendemos que se trata de un contrapeso necesario. Hasta el punto de asumir relatos catastrofistas de ese otro mundo vertidos por el telediario con naturalidad…, mientras no salpiquen a Occidente, donde vivimos los que sí tenemos derechos y libertades.
Pero más allá de ese equilibrio, de ese engranaje entre los de aquí y los de allá, la contradicción se sigue extendiendo entre nuestras filas, los habitantes del mundo privilegiado. Porque las grandes mentes pensantes han sabido darle el mejor tratamiento a ese individualismo ganado históricamente como libertad y derechos. Separados somos menos fuertes, somos realmente vulnerables, acabamos convirtiéndonos en nuestros propios esclavizadores.
Aquellos que manejan grandes intereses políticos, de poder y económicos en última instancia saben sacarnos jugo uno a uno. El resultado es que acabamos creyendo que somos únicos, libres, capaces de afrontar nuestro destino. Pero tras la aparente sociedad ganada en pro de la igualdad acabamos siendo elementos procesados y cribados. La información nos convierte en partes de la estadística hacia el consumo. Nuevas formas de negocio en las que cada uno de nosotros sumamos para formar una curva, una tendencia en un siniestro gráfico.
Sí, es cierto que nuestras sociedades avanzadas pueden ofrecer mejores condiciones de vida, sanitarias, emocionales. Y sin embargo habrás observado que a la postre todo avance acaba orientándose a donde está el dinero. Felicidad de consumo, sanidad de consumo, ¿amor de consumo?

A vista de nuestra deriva parece como si solo quedara un último reducto, un espacio de conquista de nuestra alma al que no pueden terminar de llegar los robots de la red. Y para seguir defendiendo ese espacio y retomar nuevas reconquistas hacia una igualdad más efectiva no quedaría otra que volver a unirnos, cada cual con su espacio particular, pero componiendo una red con la que poder enfrentarse a esa otra red enmarañada de los intereses más aviesos.

2 comentarios:

  1. que mierda no leíais esto ya que los hay mas cortos en otras paginas y esta es un timo de cojones

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  2. ¿Cómo se puede hacer este comentario tan desvergonzado? Pues ya que te ocultas , te diré que te lo leas y te hagas tú el resumen.Y deja de dar la lata

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