DAVID TRUEBA
La tiranía sin tiranos
Ensayo
sociológico: La tiranía sin
tiranos
La tiranía sin tiranos está formada por una serie de ensayos, unidos todos entre sí
temáticamente, en los que David Trueba ahonda en las carencias de una sociedad
como la nuestra. Con el foco puesto en nuestro país, pequeña muestra de un
carácter universal, Trueba es capaz de hacer aflorar nuestros defectos y
dejarlos impresos en un librito. La
tiranía sin tiranos habla de la ciudad como colmena contaminada y
contaminante, la sociedad como comunidad de yoes – tal y como decía uno de los
grandes filósofos -, la poca necesidad ya de los intermediarios, el
autoritarismo de la red social, la dictadura de las costumbres.
La tesis del ensayo es la siguiente: en el
mundo actual parece que hemos logrado las más altas cotas de desarrollo
tecnológico, libertad y comodidad y, pese a ello, no somos felices. El problema
de fondo (siempre en referencia a nuestra sociedad occidental privilegiada) es
que este supuesto progreso se ha estado basando en unos sacrificios enormes por
parte de millones de personas, en la perpetuación de la injusticia y en la
aparición de reglas no escritas encaminadas a aislarnos cada vez más a unos de
otros, para hacernos más insensibles al sufrimiento ajeno. Tanto es así, que se
ha alcanzado una verdadera tiranía del buen rollo (Trueba utiliza el término
“ternura”), más perversa si cabe que las dictaduras clásicas porque al venir
revestida de bondad resulta muy difícil de contestar.
El autor identifica las causas de los males de
nuestro tiempo: la principal es el egoísmo exacerbado que nos hace perseguir
una burbuja de comodidad. Acudiendo a la etimología de la palabra “idiota”
(“Aquella persona que se ocupa solo de sus intereses privados y no de la cosa
pública”), David Trueba comienza por decir que “dentro de la burbuja feliz
flota el bobo perfecto”. Otra causa sería un mal entendido concepto de ternura,
que nos lleva a mirar a los demás con empatía (sin hacer nada por ayudarles)
para así sentirnos mejor nosotros. Una tercera, el prestigio de la democracia
(más bien de las mayorías) que, unido al concepto de “público”, hace que todo se
mida en la sociedad como si fuese una competición deportiva. Por ejemplo, ya
somos incapaces de valorar una obra de arte si no es mediante un sistema de
puntuación, sea el ranking de taquilla o ventas, sean las “estrellitas” de una
reseña. El arte rendido al comercio, degradado a la categoría de
entretenimiento popular. Arte, al fin, desactivado, puesto que es incapaz de
salirse de la norma que codifican las expectativas de éxito (únicos patrones
válidos para su producción), y por tanto incapaz de incomodar a nadie.
El egoísmo y el solipsismo (Doctrina filosófica
que defiende que el sujeto pensante no puede afirmar ninguna existencia salvo
la suya propia) encuentran su caldo de cultivo idóneo en las redes sociales y
su representación en la mal llamada “economía colaborativa”. Las primeras
permiten a la población cubrir sus necesidades (compras, ocio, socialización,
incluso sexo) sin salir de casa, mientras se rigen por una cada vez más rígida
moral de lo políticamente correcto; la segunda entroniza el individualismo
capitalista haciéndonos creer que los jóvenes explotados son los emprendedores
del futuro, los nuevos triunfadores (otra vez el símil deportivo). Tanto
ensimismamiento y tan poco contacto real con los demás tiene como consecuencia
lógica la devaluación de lo público, puesto que sanidad, educación o transporte
privados proporcionan los mismos o mejores servicios que los públicos, de
manera aparentemente más rápida y cómoda. ¿Quién apostaría entonces por la
inversión en algo que es deficitario e inútil? Que cada cual se pague lo suyo,
estando yo sano, ¿qué me importan los demás? El problema, claro está, es que no
todo el mundo puede pagárselo.
Corren tiempos convulsos, las verdaderas crisis
están ocurriendo muy cerca, aunque casi nunca nos toquen o eso creamos. Crisis
migratoria y de refugiados (más de 85 millones este año pasado). Cambio
climático. Crisis demográficas… por no hablar de las de mentalidad y valores.
La reflexión de La tiranía sin tiranos
no es el lamento de un profeta quejumbroso ni queda abierta al abismo del
desasosiego. El ensayo se cierra con una nota de optimismo, una invitación a la
acción y al tipo de acciones que deben conducir a una sociedad verdaderamente
justa, verdaderamente libre y verdaderamente feliz. Claro que no se aportan
soluciones facilonas a problemas dificilísimos (no era aquí el objetivo de
Trueba), pero eso no quiere decir que no debamos escribir ni pensar sobre
ellos. Dice el autor que, aunque en apariencia se viva una época de mucha
bondad y libertad, tal vez sea a costa de hacer sufrir a mucha gente. En otras
palabras, que si en la actual tiranía no hay tiranos visibles, tal vez cada uno
de nosotros individualmente seamos el tirano. Hace falta gente valiente que
diga estas cosas.
De la lectura de este libro se entresaca la contradictoria
necesidad del individualismo. Porque es natural reivindicarse como persona con
las circunstancias propias de cada cual. Pero el individualismo es un arma de
doble filo al servicio de diversos intereses que, a la postre, nos conducen a
la alienación… Si nos ceñimos a lo conceptual, se podría decir que estamos ya
inmersos en la sociedad soñada. Derechos de todo tipo para cualquier ciudadano,
esperanza de vida, espacios para reconocer todas las singularidades,
democracia… Así, a bote pronto, la idea viene lastrada por ese otro mundo en el
que ninguna bondad anterior existe. Y tristemente sobreentendemos que se trata
de un contrapeso necesario. Hasta el punto de asumir relatos catastrofistas de
ese otro mundo vertidos por el telediario con naturalidad…, mientras no
salpiquen a Occidente, donde vivimos los que sí tenemos derechos y libertades.
Pero más allá de ese equilibrio, de ese engranaje entre los
de aquí y los de allá, la contradicción se sigue extendiendo entre nuestras
filas, los habitantes del mundo privilegiado. Porque las grandes mentes
pensantes han sabido darle el mejor tratamiento a ese individualismo ganado
históricamente como libertad y derechos. Separados somos menos fuertes, somos
realmente vulnerables, acabamos convirtiéndonos en nuestros propios
esclavizadores.
Aquellos que manejan grandes intereses políticos, de poder y
económicos en última instancia saben sacarnos jugo uno a uno. El resultado es
que acabamos creyendo que somos únicos, libres, capaces de afrontar nuestro
destino. Pero tras la aparente sociedad ganada en pro de la igualdad acabamos
siendo elementos procesados y cribados. La información nos convierte en partes
de la estadística hacia el consumo. Nuevas formas de negocio en las que cada
uno de nosotros sumamos para formar una curva, una tendencia en un siniestro
gráfico.
Sí, es cierto que nuestras sociedades avanzadas pueden
ofrecer mejores condiciones de vida, sanitarias, emocionales. Y sin embargo
habrás observado que a la postre todo avance acaba orientándose a donde está el
dinero. Felicidad de consumo, sanidad de consumo, ¿amor de consumo?
A vista de nuestra deriva parece como si solo quedara un
último reducto, un espacio de conquista de nuestra alma al que no pueden
terminar de llegar los robots de la red. Y para seguir defendiendo ese espacio
y retomar nuevas reconquistas hacia una igualdad más efectiva no quedaría otra
que volver a unirnos, cada cual con su espacio particular, pero componiendo una
red con la que poder enfrentarse a esa otra red enmarañada de los intereses más
aviesos.
que mierda no leíais esto ya que los hay mas cortos en otras paginas y esta es un timo de cojones
ResponderEliminar¿Cómo se puede hacer este comentario tan desvergonzado? Pues ya que te ocultas , te diré que te lo leas y te hagas tú el resumen.Y deja de dar la lata
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